viernes, 19 de septiembre de 2008

POR MI HABRÍAN VERDES MONTAÑAS


Texto: Sergio foto: El Incomprendido_cc_flickr

En uno de tantos rincones del mundo, me encontré con cierto individuo que vacilaba ante la multitud de sus proezas. Este individuo, les estaba contando con mucho orgullo y su correspondiente aire de superioridad, como él se había ganado muy bien la vida. Como si él fuese el mejor padre les decía a boca llena que no había padre que quisiera más a su hijo que él, porque a su hijo no le iba a faltar de nada, ya que ganaba varios millones de pesetas en un día y aunque se los gastara a todo tren, siempre le quedaban.

Yo al haber llegado entre conversación, como uno más escuchaba y anonadado me quedaba. Hasta ese momento, no había escuchado como ganaba el dinero ese hombre y eso no me cuadraba. El individuo prosiguió diciendo que los médicos le habían diagnosticado una corta vida, entre diez o quince años. Pero él estaba muy tranquilo, porque dejaba todo solucionado: había sido un fiera con los aviones teledirigidos incendiando las montañas. Jugaba con los bomberos y según iban a sofocar un incendio, él estaba estrellando en otro punto, otro de sus aviones incendiarios.

Atónito me quedaba de oír tan ruines palabras y mucha pena me daba cuanta inculta era la gente que después de oír y me repito, aquellas ruines palabras, aún veía en sus ojos que le admiraban. A mi se me erizaba el pelo, no me pude contener y mirando a sus ojos tomé la palabra: Le pedí que reflexionara delante de todo el mundo con el fin que la multitud reflexionara, ya que lo que había hecho, nadie lo podía cambiar, pero si que podría intentar abrir los ojos a todos los que allí estaban. Así pues le pregunté:

Yo: ¿Tú dices ser el padre que más quiere a su hijo?
Él: Por supuesto, a mi hijo no le faltará de nada.
Yo: He oído que eres un fiera quemando los bosques con tus aviones incendiarios que te da para vivir a a golpe de rey, que dejaras montado a tú hijo en el dolar i que con eso no le faltará de nada.
Él (Me contestó todo orgulloso, sacando pecho y mirando de reojo hacia los demás): por supuesto que sí.
Yo (le contesté delante de todos, porque para ellos iba el recado y la reflexión): espero que a tú hijo que tanto quieres le dejes la dirección de la tienda dónde poder comprar el oxigeno que tú le quemabas y piensa que también le tendrás que dejar la dirección dónde poder comprar él agua.

Fue un gran riesgo, pero valió la pena, pues sentí como se cruzaban miradas de vergüenza. De esto hace quince años, no tenía hijos. Ahora tengo uno de dos años y medio, y quedó perplejo de cuan ignorante era aquel hombre y los que estaban escuchando y admirando. Espero que aquella anécdota la hayan divulgado.

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